domingo, 27 de abril de 2014

Viernes… al fin?

Viernes 7:30, suena el despertador y hace rato que estoy despierta. Padre se ha ido al trabajo, y yo me encargo de arrancar a los niños. Me preparo e intento desayunar con algo de paz antes de despertarles. Se levantan, protestan, remolonean, es viernes y se les nota cansados. Pongo 3 desayunos, preparo 3 merendillas, coloco 3 mochilas, visto a 3 niños (hasta el número uno, que hace tiempo se viste solo, se deja querer los viernes), busco 3 pares de zapatillas que aparecen en los lugares mas insospechados (léase cesto de la ropa, cajón de los juguetes…), lavo 3 caras, 3 bocas llenas de dientes y peino 3 cabezas. Persigo a 3 locos para intentar ponerles 3 abrigos (que ya es primavera y los abrigos son de invierno…) y les envío escaleras abajo hacia el garaje. Cargo con mi bolso, las 3 mochilas y con hijo número tres (que lo de bajar escaleras todavía no lo domina) y voy negociando con los otros dos los juguetes que pueden (y, sobre todo, los que NO pueden) llevar al cole.

Ya voy con la hora pegada otra vez… los tres atados en sus sillas del coche. Sí, no tengo el coche más molón del mundo, pero tengo uno en el que me caben 3 sillas de niño, y ya es un logro. Salimos por fin camino del colegio, hago una, dos… diez rotondas por no cruzar el centro a esa hora. Ya quisiera Fitipaldi en sus buenos tiempos conducir como yo a las 8:50 de la mañana.

Aparco (mal) en la puerta del colegio. Salen número uno y dos, les pongo de nuevo los abrigos que se han quitado porque no olvidemos que ya es primavera y aunque haya 9 grados por la mañana da igual porque los abrigos son solo para el invierno. Les cuelgo las mochilas y yo me cuelgo a número tres del brazo. Corremos los 4 hacia la parte de atrás del cole, que es por donde entra número uno a su aula. Le dejo en la fila de entrada, beso, pórtate bien, aprende mucho. De la mano de número dos y con el tres aún en brazos corremos de vuelta a la entrada principal, que es por donde entra número dos a su clase. Le intento arrancar del abrazo que da a mi pierna en cuanto ve aparecer a su maestra. Me extraña que aún no le haya dejado a número tres por error algún día. Consigo despegarme del abrazo de oso, beso, pórtate bien, luego te veo.

De regreso al coche, 9:03 de la mañana, aún queda la segunda fase del reparto. Ya no me queda más remedio que atravesar el centro para llevar a número tres a la guardería, menos mal que ya pasó la hora mala de entrada de los colegios. Semáforo en rojo, y otro, y otro… el día que los coja todos en verde haré una fiesta.

Aparcar en la calle de la guardería es misión imposible, puedo elegir entre el paso de peatones, el sitio reservado a minusválidos o la salida de emergencia del colegio de al lado. Opto por esta última, más cercana a la puerta de entrada a la guardería. Vuelvo a colgarme del brazo a número tres y su mochila porque si le dejo ir andando llegamos el domingo. Subo la rampa de entrada a todo correr, subo el tramo de escaleras a su aula. Otra vez se me olvida que los viernes tienen psicomotricidad y están en el gimnasio. Bajo las escaleras cruzo el patio, subo otras escaleras, por fin dejo a número 3 con sus compañeros, pero la mochila hay que dejarla en la percha de su aula, así que vuelta a cruzar el patio para volver al inicio.

Viernes 9:20, hay quien aún no ha llegado a su trabajo y yo ya estoy sentada en el coche (el día que llamen a la grúa me voy a enterar) sudando como si hubiera corrido una maratón. Menos mal que ya es viernes… no?

jueves, 17 de abril de 2014

Huele a primavera

Lo confieso, me encanta reconocer el olor a primavera en mi ciudad. Soy muy maniática con muchas cosas, pero creo que la principal es los olores. Siempre recordaré la cara de mis compañeras de piso cuando antes de comer algo nuevo cocinado por ellas me acercaba a olerlo. Pensaban que no me fiaba de ellas, pero nada más lejos de la realidad, jajaja, simplemente me encanta olerlo todo, es mi manera de reconocer las cosas, tendré algún gen canino? Su desconfianza pasó cuando comprobaron que olfateaba hasta el pan :D

Hoy he aprovechado estos días de asueto y he paseado por mi ciudad a una hora temprana. Calles recién regadas, sol que aún no calentaba demasiado, flores en los balcones... y ese olor a primavera que me acompaña durante tantos años ya.

Viví mucho tiempo en Madrid, y una de las cosas que más me desconcertaban era que no reconocía el cambio de las estaciones por el olor. Cuando aprendí a hacerlo me sentí un poquito más de allí. En casa, sin embargo, todo es familiar y reconocible, y todos estamos de acuerdo en que huele a navidad, o a veranito, y ahora mismo mi querida Cáceres huele a primavera, a pared de piedra, a sol y sombra, a arroyo que aún corre, a flores incipientes... y me encanta.

Es una manía muy tonta, lo sé, pero aún así espero que mis niños consigan reconocer esos olores de su ciudad. Crecerán y vivirán donde elijan, pero simpre le quedará en su pituitaria el recuerdo de infancia y los paseos con su madre.

PD.- se me olvidaba, finalista en el pasado torneo de padel. No está mal para llevar 4 meses jugando, yo estoy muy orgullosa :D

martes, 1 de abril de 2014

Vicio de pádel.

Uf, mes y medio sin pasar por aquí, y no será por falta de ganas o de cosas que contar... pero necesito que los días duren 36 horas para hacer todo lo que quisiera.

Ahora mismo estoy escribiendo con número 3 sentado sobre mis rodillas. Es casi imposible separarme de mis niños-pegatinas así que he claudicado y ya hago todo con un mini-ser pegado a mi.

Hoy quería hablaros de mi penúltimo vicio: el pádel. Toda mi vida he jugado al tenis, desde que fui capaz de sujetar una raqueta, y me encantaba, pero de repente a todo el mundo le dio como una fiebre de pádel y ya no encontraba con quién jugar a tenis. Así que decidí probar. Hace unos años me apunté a unas clases de verano y fue desastroso. Un espacio pequeño invadido por cuatro personas corriendo hacia adelante y atrás sin parar, siguiendo la pista a una pelotita que rebotaba como una condenada. Para mí las paredes fueron una prueba insuperable, simplemente es como si no existieran, y acostumbrada a una raqueta y una pista el doble de grande pues lanzaba todas las bolas fuera. Así que me negué en redondo a volver a jugar, me sentía como un pato mareado cada vez que me veía dentro de la pista.

Pero este invierno, entre mis otros muchos propósitos, me dije que le tenía que dar otra oportunidad. La verdad es que algo que ha conquistado tantos corazones no podía ser tan malo, así que volví a apuntarme a clases. Hoy debo decir que estoy totalmente enganchada. No sólo voy 2 días por semana a clase, sino que intento jugar 3 o 4 partidos por eso de que es como mejor se aprende. Y no soy la única loca del lugar... No sé en otras ciudades, pero en la mía hay hasta grupos del whatssapp dedicados única y exclusivamente para quedar a jugar al pádel. Mi propia madre forma parte de las "Padeleras glamourosas" y yo soy una de "Los ángeles del pádel", 100 mujeres que en gran parte ni nos conocemos pero que conseguimos quedar un ratito para jugar... ¿no es eso vicio?

Estoy encantada, he conseguido que me guste, que se me empiece a dar bien, me he atrevido incluso a jugar algún torneo (saludad a la campeona de consolación en categoría de iniciación, vamos, a la mejor de las peorcísimas), y doy gracias a las nuevas tecnologías que me permiten ampliar mi círculo de conocidas y posibles futuras amistades, y por supuesto gracias a mi monitor, que ha conseguido que haya algo de coordinación en mí.

Otro día os cuento cómo me ha ido en el torneo de este fin de semana próximo.